Vigésimo aniversario de las tarjetas de memoria SD
1999 fue un gran año. Dejando a un lado que el cambio de siglo y de milenio estaban a la vuelta de la esquina, en 1999 hubo grandes momentos. El cine vivió una revolución gracias a Matrix, y ese mismo año vimos grandes películas como Eyes Wide Shut, El club de la lucha, Cómo ser John Malkovich o Star Wars Episodio I. En música, Britney Spears y Christina Aguilera se daban a conocer con sus primeros discos, en videojuegos, Nintendo lanzaba el Super Smash Bros para Nintendo 64 y se ponían a la venta títulos icónicos como el Final Fantasy VIII de PlayStation y Resident Evil 3: Nemesis de Capcom. En TV, se estrenaban series míticas como Family Guy, Farscape, Futurama o Bob Esponja.
¿Y en tecnología? En el mundo linuxero nace GNOME, la alternativa al escritorio KDE, Microsoft pone a la venta Windows 98 SE, en Japón empiezan a aparecer los primeros emojis, el gusano Melissa tiene su minuto de gloria en los medios de comunicación y se define el protocolo HTTP 1.1. Pero ocurrieron muchas más cosas a nivel tecnológico, como por ejemplo el nacimiento de una tecnología que cambiaría muchas cosas y facilitaría el almacenamiento de datos en dispositivos de tamaño reducido.
En 1999, tres grandes como Panasonic, Toshiba y SanDisk se unieron para desarrollar una tecnología de almacenamiento que optimizase el espacio disponible: el estándar SD, acrónimo de Secure Digital.
En agosto de 1999, tres grandes de la industria diseñaron un nuevo estándar para tarjetas de memoria que se llamaría Secure Digital o SD. Al año siguiente crearían la SD Association para unir fuerzas con otras empresas y para difundir este formato. Y ese mismo año, en el Consumer Electronics Show (CES) de 2000 presentarían las primeras tarjetas SD. Su capacidad de almacenamiento era de entre 32 y 64 MB en una tarjeta de un tamaño de 3,2 por 2,4 centímetros y 2 milímetros de grosor.
El invento realmente no era algo totalmente nuevo. En realidad, el estándar SD estaba basado en un formato anterior, el MMC o MultiMediaCard, lanzado en 1997 bajo el paraguas de SanDisk y Siemens. Y MMC, a su vez, estaba inspirado en un formato anterior, el CompactFlash que había desarrollado la propia SanDisk en 1994.
Si queremos seguir retrocediendo en el tiempo, el origen de las tarjetas SD lo encontraremos en los años 80 en las instalaciones de Toshiba, donde el japonés Fujio Masuoka inventó la memoria flash, base de las tarjetas de memoria de las que hemos hablado y de las que surgieron posteriormente. Las primeras memorias flash se comercializaron bajo el auspicio de Toshiba a partir de 1987 en el formato PCMCIA. Sería SanDisk la encarga de reducir su tamaño como hemos visto en este breve repaso histórico.
Así pues, en esta historia la importancia de SD no es tanto inventar la sopa de ajo sino mejorar sus ingredientes para ofrecer un elemento diminuto, duradero y resistente que pueda albergar datos durante un tiempo indefinido como alternativa a las tecnologías de almacenamiento de aquel entonces. Además, el papel de SD es crucial cuando se convirtió en un estándar de facto, si bien durante años convivieron varios formatos según el fabricante del producto donde debía ir la memoria.
El caso más conocido es el de Sony y sus Memory Stick, lanzadas al mercado a finales de 1998 y que a partir de 2010 empezaron a ofrecer compatibilidad con los estándares SD. Precisamente, SD se lanzó como alternativa a las Memory Stick, batalla comercial en la que ganó finalmente el formato Secure Digital.
No nos extenderemos en exceso con las características técnicas de la tecnología SD. Como hemos apuntado varias veces, se trata de una tarjeta de memoria no volátil, es decir, que los datos se guardan aunque desconectemos o apaguemos el dispositivo que accede a su contenido. Además, no consume energía para almacenar los datos y se puede reescribir la información miles de veces. Y al basarse en un chip sin piezas móviles como un disco duro, por ejemplo, es más resistente a caídas, golpes u otro tipo de accidentes. Otra de sus ventajas es la velocidad de lectura y escritura, 12,5 MB/s en sus inicios y hasta 985 MB/s en su versión más reciente de 2018.
Para hacernos una idea de lo que han supuesto las memorias flash en la tecnología, el estándar NAND de este tipo de memorias están presentes tanto en tarjetas SD como en discos de estado sólido SSD. Es decir, la práctica totalidad de dispositivos electrónicos actuales emplean algún tipo de memoria flash. Con todo, el disco duro clásico sigue aguantando porque su coste sigue siendo más competitivo.
Volviendo a las memorias SD, a lo largo de estos 20 años se han sucedido constantes actualizaciones y versiones. El objetivo ha sido siempre reducir el tamaño de la tarjeta a la vez que se ampliaba la capacidad de almacenamiento. Sin embargo, con el tiempo se está produciendo cierto caos por la disparidad de los modelos disponibles.
En paralelo a las tarjetas SD, a partir de 2003 se empezaron a comercializar tarjetas miniSD, compatibles con el estándar pero de menor tamaño: 2’5 centímetros por 2 centímetros. Y en 2005 el abanico se abriría un poco más con el formato microSD, de medio gramo de peso frente a los 2 gramos del SD y un tamaño más pequeño todavía, 1 centímetro por 1’5 centímetros. Esta división del estándar SD por tamaños no debería ser un problema para el usuario porque se ve a simple vista, lo mismo que ocurre con el estándar de cables USB (USB, miniUSB, USB-C, etc.) o con las pilas (AA, AAA, etc.).
El principal problema con el que se encuentra el usuario frente a las tarjetas SD tiene que ver con la versión del estándar que lee el dispositivo en cuestión y la tarjeta en sí misma. Y es que con el objetivo de mejorar la capacidad de almacenamiento, se ha generado algo de caos. El estándar SD, por ejemplo, admite hasta 2 GB, mientras que su versión mejorada SDHC, alcanza los 32 GB.
La primera actualización del formato SD en cuanto a su capacidad se hizo a primeros de 2006. Los cambios eran enormes, pasar de 2 GB a 32 GB. Además, se añadía soporte para el sistema de archivos FAT32, mientras que el SD original sólo admitía FAT16. De ahí en adelante podías encontrar memorias SD y SDHC (HC de High Capacity o Alta Capacidad).
Todo va muy rápido en tecnología, y en 2009 la SDA (Secure Digital Association) anunciaría una nueva mejora conocida como SDXC y que multiplicaba el espacio disponible de almacenamiento hasta los 2 TB empleando para ello el sistema de archivos exFAT, evolución de los anteriores FAT16 y FAT32. Obviamente, que una especificación tenga un límite no implica que la industria llegue hasta ahí. Debido al coste de este tipo de tecnología, lo habitual en el mercado es encontrar tarjetas de 32 GB o 64 GB (2010), tarjetas de 128 GB (2014), de 256 GB (2016) o incluso de 512 GB (2018).
El estándar SD tiene otra actualización más reciente. Después de SDHC y SDXC (XC de eXtended Capacity o Capacidad Ampliada), llegó SDUC, UC acrónimo de Ultra Capacity y que llegó en verano de 2018. Con esto, en el mercado podemos encontrar cuatro versiones distintas de un mismo estándar, si bien SD es residual y abundan especialmente las memorias SDHC y SDXC.
Comentábamos antes que las memorias flash tipo tarjetas SD como memorias externas para toda clase de dispositivos o tipo discos SSD o memorias NAND como almacenamiento principal de smartphones, tablets, consolas de videojuegos, televisores, y, en definitiva, cualquier aparato que requiera almacenamiento de datos y/o archivos.
Las tarjetas SD, y en menor parte sus rivales que fueron desapareciendo poco a poco hasta ser residuales u ofrecer soporte para SD, supusieron un antes y un después y facilitaron la tarea de guardar fotografías, vídeos y cualquier contenido generado por una videocámara, un teléfono o cualquier dispositivo electrónico.
A pesar de no ser un invento totalmente nuevo, tampoco se le puede negar a la SDA (Secure Digital Association) el mérito de haber unido a la industria tecnológica para crear y mejorar año tras año un elemento básico para la evolución de cualquier dispositivo que debamos llevar encima.
¿Cual será el futuro del estándar SD? Es lógico que mejore sus capacidades de almacenamiento y velocidad de escritura. Seguramente el aspecto que más mejora requiere es la esperanza de vida de las memorias flash, y es que las limitaciones de lectura/escritura hace que un uso intensivo limite su vida a entre 5 y 7 años por lo que todavía no puede considerarse un sistema de almacenamiento a largo plazo.
Con información de Hipertextual